miércoles, 14 de octubre de 2009

Conferencia impartida por el Dr. Carlos Fernández den el CURSO SUPERIOR DE DIRECCIÓN DEPORTIVA de la RFEF



PSICOANÁLISIS Y FÚTBOL

LA VARIABLE AFECTIVA EN LA DIRECCIÓN DEPORTIVA (5ª Parte)



Todos los humanos somos para otros humanos como espejos, donde se reflejan nuestras virtudes e imperfecciones. Por ejemplo cuando nos enamoramos, el otro es perfecto, semanas después cuando desaparece ese efecto de enamoramiento, y detecto en el otro una imperfección, por nimia que sea, a veces le quiero abandonar, porque esa imperfección en el otro, me recuerda que yo también soy imperfecto. Cualquiera que se ponga enfrente y nos recuerde que no somos completos, perfectos y únicos, tendemos a quitárnoslo de encima, y pretendemos alejarnos y romper esa relación. En ese momento se despierta en nosotros una agresividad, esa rivalidad de otro semejante recordándome las diferencias ideológicas, puede desencadenar sed de venganza, soberbia y desprecio hacia el otro. En general cualquier situación que despierta intolerancia por sentimiento de frustración, al no conseguir rápidamente lo que quiero, genera agresividad.

Quien sabe esperar no necesita hacer concesiones, sin embargo existen en todos los trabajos los llamados “eyaculadores precoces” que quieren ganar el campeonato antes de empezarlo o contratar a un jugador antes de verlo jugar y conversar con él. Son estas actitudes infantiles de la personalidad, donde se tiende a romper los objetos, los juguetes, las relaciones, por verdaderas pataletas, echando la culpa siempre a los otros.

Reconocer la imperfección humana es un grado de humanidad.

La agresividad en si misma no es mala. Todo es en general cuestión de cantidad. La agresividad es un aliado de la pulsión de vida, ya que todo tiene que hacerse con cierto grado de agresividad, pero su exceso se alía con la pulsión de muerte, pudiendo llegar a la agresión, sancionable en todos los casos. Un ejemplo clásico es la diferencia entre la caricia y la bofetada, pudiendo ser la misma mano o la misma mejilla las que están en escena. El deseo le imprime diferente velocidad en la acción, resultando de ello una caricia o una bofetada.

LA TRISTEZA se encuentra dentro de los afectos considerados normales, que suelen acontecer por regla general ante situaciones de cambio en la vida. Ante situaciones nuevas que no se logran elaborar como ganancias, puede invadirle al sujeto un estado anímico de pérdida. Por ejemplo cambiar de casa a una vivienda más grande en un barrio residencial; pero puede acontecer un estado de tristeza porque vivo ahora más lejos de mis vecinos antiguos, tengo que llevar a los hijos al colegio en coche y antes los llevaba andando, etc. Esto puede acontecer en los jugadores que cambian de club, especialmente a los que cambian de ciudad o país, aunque el fichaje sea un crecimiento, una mejora de calidad de vida, un club más poderoso, una economía resuelta y aunque aparentemente todo eso lo busqué con pasión, puede conllevar una situación de tristeza. Si es transitoria, unas semanas, no hay que hacer nada, es la elaboración normal de un duelo, por la pérdida de situaciones queridas, pero si se alarga a varios meses y comienza a alterar la vida normal, hay que actuar porque el sujeto puede estar desarrollando una melancolía, situación anímica grave, que puede estropear la progresión deportiva o laboral de cualquier profesional.

También hay situaciones de tristeza en nuestra actitud ante la muerte, que casi nunca es sincera. Ya que creemos en la muerte, pero la de los demás y nunca pensamos en la nuestra, es un tema que consideramos de mal gusto, lo silenciamos, lo negamos. La propia muerte es verdaderamente inimaginable, en nuestro inconsciente estamos convencidos de ser inmortales, por todo ello tendemos a postergar las cosas de nuestra vida, o tendemos a recomenzar siempre de nuevo, sin tener en cuenta lo previo, o queremos repetir y repetir hasta conseguir la perfección, actos rituales obsesivos, maniáticos a veces buscando lo imposible, para negar la muerte.

Al triste hay que zarandearle un poco, despertarle si pasa un tiempo y persiste la tristeza. Al melancólico hay que tratarlo urgentemente.
Continúa.

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