lunes, 4 de julio de 2016

TREINTA AÑOS TRABAJANDO DE MÉDICO




TREINTA AÑOS TRABAJANDO DE MÉDICO

La formación de cada profesional es una tarea grupal y en cada caso, singular su aprendizaje. Los padres desean para sus hijos el mejor futuro posible, los míos también tuvieron algunos sueños. La familia, el barrio, los profesores, los médicos, los poetas, los deportistas…todos colaboran en el grupal proceso de la educación y cada sujeto decide, inconscientemente, su oficio y profesión. La familia te permite discernir ley de autoridad y sumar al trabajo el estudio. Años más tarde aprendí a sumar después de la división; desde la lectura y la escritura aprendí a escuchar, hablar con otro humano. Y aprendí a comprar primero para vender después y el que compra primero vende dos veces y el que regala bien vende si el que lo compra lo entiende. Hubo disciplina en mi formación.  
El uno de julio de 1986 realizaba mi primer acto médico en una clínica privada de Alcalá de Henares. Una epistaxis hablaba sobre el rostro de una mujer, custodiada por dos familiares, sin otro destino que ser escuchada en la urgencia de su angustia. En cuatro años atendí todo tipo de patologías, sin embargo destacaba como especialista en salud mental. Tuve jefes, compañeros, libros, interlocutores, hospitales, sesiones clínicas, revisiones bibliográficas y maestros tuve que permitieron mí crecimiento. Simultáneamente trabajaba y me formaba entre los mejores.
Con humilde alegría, reconozco hoy (uno de julio de 2016), sentir una inmensa satisfacción por trabajar en el tratamiento de enfermedades, en la producción de salud y continuar siendo reconocido (remunerado) por mis colegas y pacientes. Los viajes y congresos internacionales han dejado huella escrita en diferentes idiomas. Hoy, con internet, es sencillo que te visiten en diferentes idiomas, más complejo resulta leer y escribir para argumentar con criterio lo investigado.
Investigué con minuciosidad los tratados del dolor y la angustia, el odio del silencio y la mezquina culpa, los textos de la locura, la farmacopea del perdón y la moral imposible del olvido. Descubrí la importancia de la anestesia y los analgésicos, el interés de los ansiolíticos y los neurolépticos, las diferentes generaciones de antidepresivos y otras cosas peores conocí del litio y la terapia electroconvulsiva. Las paredes de los nosocomios, las rejas de la cárcel, los hospicios de la reclusión y la bondad de los jardines visité y atendí en diferentes culturas.
En todos los lugares, los pacientes sueñan, eso lo leí en la Interpretación de los sueños, no lo aprendí en familia, ni en la Universidad, ni en la Iglesia de mi barrio, ni en el campo de fútbol donde gozaba. Fue una mujer la que puso en mis manos un libro de Sigmund Freud: “El chiste y su relación con el inconsciente”. Leer a Freud para un estudiante de medicina es un derecho del que nadie debe privarse. Después no pude dejar de amar a las mujeres y estudiar psicoanálisis.  
Y con el Psicoanálisis aprendí a trabajar de médico y con Psicoanálisis aprendí del amor las vocales de mi nombre propio. Y acompañé la locura vestido de fantasma por los corredores de palacio, en las salas de los hospitales y tras las rejas de la exclusión y la moral, obtuve el permiso para tratar, recetar y afirmar lo que era, locura, demencia o normalidad. Sin embargo en los años de universidad y hospitales y bibliotecas no escuché una sola interpretación sobre el Deseo del Médico.
Tuve fortuna. Recién licenciado, me llegó desde el Colegio de Médicos de Madrid, una información de la Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero. Y una primera interpretación me produjo el deseo de mejorar mi sexualidad de hombre, continuar estudiando y trabajar de psicoanalista sin dejar de ser médico. Después vino el deseo por escribir y pintar y actuar y conocer otras herramientas para vivir.
Mucho he trabajado, estudiado y algo me he divertido. Obtengo un plus goce, una alegría serena al ubicarme frente a un lienzo y, ya sé que no dibujo como Dalí ni pinto como Matisse pero El columpio de Fragonard, atrapé sin saber, y Mujer con Sombrero enmarqué en mi casa y una Jirafa ardiendo preside mi despacho y sin premura me atrevo con Klimt, Picasso…y La ignorancia musical, en pasión se transformó, hoy te puedo bailar una jota con castañuelas, palmear jondo el flamenco o cantar una copla, al piano, a mi manera. Y, tal vez, porque lo aprendí a hombros de mi padre, no me puedo olvidar del fútbol, que representa un campo de investigación grupal donde se muestra que el deporte, como el arte, genera humanidad. Y no te exagero un ápice, recibí un premio del público como actor en un corto y algún autógrafo firmé y participé en películas. El cine te enseña a rejuvenecer y a mentir de verdad frente a la doble carencia constitutiva: la imagen y la palabra.   
Treinta años colegiado en Madrid, es una seña en mi ciudad natal, un destino compartido con la ciudad complutense en la que resido. Nunca pude abandonar la capital y dije no a otras propuestas laborales en otras ciudades y continentes, tal vez, porque la sede de la Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero, se afincó en Madrid, tal vez porque mis amores son tan internacionales como la poesía de mis seres queridos.
En treinta años de trabajo ininterrumpido, me hice millonario en relaciones sociales, y a mis 58 cumpleaños acudieron amigos médicos, músicos, poetas, actores, periodistas, traductores, profesores, pintores, deportistas, quirománticos, magos y algo de locura porque es imposible no invitarla a cantar en el actual mundo en que vivimos. No supe congeniar con los políticos y viudas millonarias no conocí.
Enterré seres queridos, colaboré en que nacieran niños, cultivé flores, ideales y sepulté algún hueso en el jardín del pasado para colaborar con mis tuétanos en la simiente de la historia.
Al cumplir treinta años trabajando en mi consulta, los libros publicados, los pedidos internacionales y mis relaciones sociales, me hacen sentir mesura y templanza para trabajar otros veinte años más, llegar con ello al oro y después evaluar.
Gracias a los que hacen posible seguir deseando salud, educación y cultura para todos.

Dr. Carlos Fernández