TREINTA AÑOS TRABAJANDO DE MÉDICO
La formación de cada profesional
es una tarea grupal y en cada caso, singular su aprendizaje. Los padres desean
para sus hijos el mejor futuro posible, los míos también tuvieron algunos
sueños. La familia, el barrio, los profesores, los médicos, los poetas, los
deportistas…todos colaboran en el grupal proceso de la educación y cada sujeto
decide, inconscientemente, su oficio y profesión. La familia te permite
discernir ley de autoridad y sumar al trabajo el estudio. Años más tarde
aprendí a sumar después de la división; desde la lectura y la escritura aprendí
a escuchar, hablar con otro humano. Y aprendí a comprar primero para vender
después y el que compra primero vende dos veces y el que regala bien vende si
el que lo compra lo entiende. Hubo disciplina en mi formación.
El uno de julio de 1986
realizaba mi primer acto médico en una clínica privada de Alcalá de Henares.
Una epistaxis hablaba sobre el rostro de una mujer, custodiada por dos
familiares, sin otro destino que ser escuchada en la urgencia de su angustia. En
cuatro años atendí todo tipo de patologías, sin embargo destacaba como
especialista en salud mental. Tuve jefes, compañeros, libros, interlocutores,
hospitales, sesiones clínicas, revisiones bibliográficas y maestros tuve que
permitieron mí crecimiento. Simultáneamente trabajaba y me formaba entre los
mejores.
Con humilde alegría,
reconozco hoy (uno de julio de 2016), sentir una inmensa satisfacción por
trabajar en el tratamiento de enfermedades, en la producción de salud y
continuar siendo reconocido (remunerado) por mis colegas y pacientes. Los
viajes y congresos internacionales han dejado huella escrita en diferentes
idiomas. Hoy, con internet, es sencillo que te visiten en diferentes idiomas,
más complejo resulta leer y escribir para argumentar con criterio lo
investigado.
Investigué con
minuciosidad los tratados del dolor y la angustia, el odio del silencio y la
mezquina culpa, los textos de la locura, la farmacopea del perdón y la moral
imposible del olvido. Descubrí la importancia de la anestesia y los analgésicos,
el interés de los ansiolíticos y los neurolépticos, las diferentes generaciones
de antidepresivos y otras cosas peores conocí del litio y la terapia
electroconvulsiva. Las paredes de los nosocomios, las rejas de la cárcel, los
hospicios de la reclusión y la bondad de los jardines visité y atendí en
diferentes culturas.
En todos los lugares, los
pacientes sueñan, eso lo leí en la Interpretación de los sueños, no lo aprendí en
familia, ni en la Universidad,
ni en la Iglesia
de mi barrio, ni en el campo de fútbol donde gozaba. Fue una mujer la que puso
en mis manos un libro de Sigmund Freud: “El chiste y su relación con el
inconsciente”. Leer a Freud para un estudiante de medicina es un derecho del
que nadie debe privarse. Después no pude dejar de amar a las mujeres y estudiar
psicoanálisis.
Y con el Psicoanálisis
aprendí a trabajar de médico y con Psicoanálisis aprendí del amor las vocales
de mi nombre propio. Y acompañé la locura vestido de fantasma por los
corredores de palacio, en las salas de los hospitales y tras las rejas de la
exclusión y la moral, obtuve el permiso para tratar, recetar y afirmar lo que
era, locura, demencia o normalidad. Sin embargo en los años de universidad y
hospitales y bibliotecas no escuché una sola interpretación sobre el Deseo del
Médico.
Tuve fortuna. Recién
licenciado, me llegó desde el Colegio de Médicos de Madrid, una información de la Escuela de Psicoanálisis
Grupo Cero. Y una primera interpretación me produjo el deseo de mejorar mi
sexualidad de hombre, continuar estudiando y trabajar de psicoanalista sin
dejar de ser médico. Después vino el deseo por escribir y pintar y actuar y
conocer otras herramientas para vivir.
Mucho he trabajado,
estudiado y algo me he divertido. Obtengo un plus goce, una alegría serena al
ubicarme frente a un lienzo y, ya sé que no dibujo como Dalí ni pinto como
Matisse pero El columpio de Fragonard, atrapé sin saber, y Mujer con Sombrero
enmarqué en mi casa y una Jirafa ardiendo preside mi despacho y sin premura me
atrevo con Klimt, Picasso…y La ignorancia musical, en pasión se transformó, hoy
te puedo bailar una jota con castañuelas, palmear jondo el flamenco o cantar
una copla, al piano, a mi manera. Y, tal vez, porque lo aprendí a hombros de mi
padre, no me puedo olvidar del fútbol, que representa un campo de investigación
grupal donde se muestra que el deporte, como el arte, genera humanidad. Y no te
exagero un ápice, recibí un premio del público como actor en un corto y algún
autógrafo firmé y participé en películas. El cine te enseña a rejuvenecer y a
mentir de verdad frente a la doble carencia constitutiva: la imagen y la
palabra.
Treinta años colegiado en
Madrid, es una seña en mi ciudad natal, un destino compartido con la ciudad
complutense en la que resido. Nunca pude abandonar la capital y dije no a otras
propuestas laborales en otras ciudades y continentes, tal vez, porque la sede
de la Escuela
de Psicoanálisis Grupo Cero, se afincó en Madrid, tal vez porque mis amores son
tan internacionales como la poesía de mis seres queridos.
En treinta años de
trabajo ininterrumpido, me hice millonario en relaciones sociales, y a mis 58
cumpleaños acudieron amigos médicos, músicos, poetas, actores, periodistas,
traductores, profesores, pintores, deportistas, quirománticos, magos y algo de
locura porque es imposible no invitarla a cantar en el actual mundo en que
vivimos. No supe congeniar con los políticos y viudas millonarias no conocí.
Enterré seres queridos,
colaboré en que nacieran niños, cultivé flores, ideales y sepulté algún hueso
en el jardín del pasado para colaborar con mis tuétanos en la simiente de la
historia.
Al cumplir treinta años
trabajando en mi consulta, los libros publicados, los pedidos internacionales y
mis relaciones sociales, me hacen sentir mesura y templanza para trabajar otros
veinte años más, llegar con ello al oro y después evaluar.
Gracias a los que hacen
posible seguir deseando salud, educación y cultura para todos.
Dr. Carlos Fernández